Parece haber un cierto sentimiento de unanimidad en el sentido de que la llamada “democracia representativa” atraviesa en nuestros días por una grave crisis de legitimidad, cuyas manifestaciones más claras se expresan en dos hechos muy evidentes: El primero es el comportamiento de los gobiernos emanados de procesos electorales en los cuales los “representantes populares” asumen el gobierno para ejercer la administración pública a nombre, supuestamente, de la mayoría de la sociedad. El otro hecho es el del evidentísimo desgaste de los partidos políticos como los espacios sancionados por la legalidad para erigirse en las vías en que la sociedad debe participar en las contiendas electorales, reconocidas como la forma de acceso al gobierno.
Debe notarse que en esta disertación no hablo de la toma del poder, sino, exclusivamente, del gobierno, porque, no es ocioso repetirlo, el poder y el gobierno son dos asuntos diferentes, en tanto el primero se refiere a quienes, efectivamente, mandan y determinan los caminos del segundo, el gobierno.
La profusa información acerca del comportamiento de gobiernos conformados por personas que asumen las riendas gubernamentales en calidad de “representantes populares”, da cuenta de que semejante representación dista una eternidad de ser popular. Para situar los términos de este texto en nuestras coordenadas geográficas, baste recordar el gobierno de Ney González y examinar con detenimiento el actual gobierno que preside Roberto Sandoval. Para comenzar, ambos asumieron el gobierno en circunstancias borrascosas, por llamar de algún modo el singular despliegue de trampas y maniobras ilegales mediante las cuales se convirtieron en gobernantes “electos”. Con semejante operativo, que incluyó sobornos, chantajes, presiones a los electores y todo ese conjunto de acciones a las que llamo “machincuepas” para significar su profundo sentido folclórico, resulta una burla denominarlos “representantes populares”. Pero ambos gobernantes nayaritas, no son más que la continuación de una larga tradición de gobernantes que tan luego asumen las riendas de la administración pública se dedican exactamente hacer lo contrario al interés popular y sí, en cambio, a realizar todo aquello que los coloque económicamente en el campo de los empresarios capitalistas, lo que, automáticamente los conduce por el camino de representar sus propios intereses y no los del pueblo, como no cesan de pregonar por más que los hechos hablen en sentido opuesto.
El segundo asunto, el de los partidos como instrumentos privilegiados de participación política-electoral, son desde hace mucho tiempo, espacio de expresión de toda clase de mercaderes cuya conducta es motivo de amplio repudio popular. Si en la obra de Shakespeare “El Mercader de Venecia”, el protagonista sufre por las consecuencias de sus actos en un desenlace dramático, las acciones de los “dirigentes” y mandamases de los partidos, asumen el papel de personajes de una ópera bufa, o mejor, para no ofender la memoria de Verdi, Rossini y Scarlatti, de un chiste de “Pepito”: sólo la selección de candidatos en el actual proceso electoral es de una comicidad que ya envidiaría Cantinflas. A los del PRI los impuso Roberto Sandoval, a los del PRD Guadalupe Acosta Naranjo y a los del PAN, un personaje con un alias simpático: “El Lobo”.
La democracia representativa ha terminado por ser una especie de caricatura de las monarquías absolutistas europeas del siglo XVIII, la forma en que grupos de personajes (políticos profesionales) se encaramaron en partidos y gobiernos y los convirtieron en negocios privados y por si fuera poco, heredables a la parentela y los allegados. Sin embargo, semejante desfiguro no es más que una demostración fehaciente de que la tal “democracia” con su consiguiente retahíla de términos a cual más rimbombantes como huecos (“pluralismo”, “diversidad”, “elecciones libres”) no es más que un supremo engaño para mantener anestesiadas a las masas populares y convenientemente alejadas de una auténtica toma de conciencia que conduzca a la rebelión contra toda esta parafernalia, bien diseñada para provecho de quienes detentan el verdadero poder, los oligarcas dueños del dinero, quienes en pequeño número deciden a fin de cuentas, quiénes gobiernan, quiénes legislan y quiénes no.
En el fondo, la famosa “democracia representativa”, cuando menos en la forma impuesta actualmente en México, es el disfraz de un orden político, social y económico profundamente antidemocrático. El gobierno de Felipe Calderón nos impuso una guerra sangrienta como inútil; los “representantes populares” del PRI y del PAN (contando con el visto bueno de uno que otro de “izquierda” perredista) modificaron recientemente el Artículo 24 de la Constitución General dela República sin que mediara siquiera un proceso de consulta; antes, otro gobierno presidido por el “representante popular” Carlos Salinas de Gortari, nos “regaló” el Tratado de Libre Comercio con América del Norte abriendo el paso para la imposición del modelo neoliberal del capitalismo que hundió a México en una tragedia de dimensiones inconmensurables.
Ha llegado la hora de sacudirnos semejante “democracia” para abrir el camino de la democracia directa y la democracia participativa, asunto que desde luego debe ser motivo de un amplio debate.
Aquí sólo hemos comenzado.